Superman nº 25

Título: Errante (V): Una vida por otra.
Autor: Jose Luis Miranda
Portada: Roberto Cruz
Publicado en: Octubre 2012

Gianluca estaba decidido. Había arruinado toda su vida hasta ese momento pero ahora iba a conseguir que todo terminase bien. Y no iba a consentir que ese estúpido de Clark Kent se interpusiese en su camino. Una historia que dejará huella en el corazón del Hombre de Acero.
Enviado a la Tierra desde el moribundo planeta Krypton, Kal-El fue criado por los Kent en Smallville. Ahora como un adulto, Clark Kent lucha por la verdad y la justicia como...
Creado por Jerry Siegel y Joe Shuster

La vida no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser. (José Ortega y Gasset)

Prólogo
El avión aterrizaba en el aeropuerto de Fiumicino, también conocido como Leonardo da Vinci. El choque con la pista fue más brusco de lo acostumbrado y muchos pasajeros murmuraron con intranquilidad, hasta que la velocidad menguó y se disiparon los temores de que perdiera la estabilidad. Clark sonrió, había tenido aterrizajes mucho peores en su vida. Roma, la Ciudad Eterna, le recibía, como a todo viajero, con los brazos abiertos. Acomodó su petate en el hombro mientras descendía por la escalinata de desembarco. Como no tenía más equipaje que la mochila de mano que llevaba, no tardó nada en salir del aeropuerto. Pasó por delante de aduaneros de aspecto cordial que sujetaban perros amenazadores y casi ni repararon en él. La tranquilidad que manifestaba por fuera no era sino reflejo de la felicidad que sentía por dentro.

Era uno más. Nadie le demandaba ayuda, nadie le atacaba, nadie gritaba a su alrededor pidiendo un héroe. Veía y escuchaba a la gente que le rodeaba, cada uno con sus problemas preocupaciones, ilusiones… Sentirse un peatón más de la marea humana, rumbo con todos ellos a un porvenir por escribir. Y es que a pesar de haber estado en multitud de futuros diferentes, quizá por eso mismo, pensaba firmemente que nada estaba predeterminado. Y quizá el destino tuviera para él una senda alejada de las responsabilidades que conllevaban la capa de Superman. Formar una familia, trabajar en el Daily Planet y disfrutar de una vida sencilla.
Prefirió coger un autobús, sabía que el taxi a la ciudad era caro. Pagaba estos viajes de sus ahorros. Se sentó mirando por la ventanilla y le vino a la memoria su madre, Martha, y, luego, como siempre, llegó la imagen de Lois. De hecho, acarició su teléfono móvil con la intención de llamarla. Se detuvo al recordar las palabras de su despedida:
- Necesito tiempo, olvido... Si superamos esto será lo más grande que hayamos hecho nunca, pero tengo que hacerlo sola. No puedes ayudarme. He perdido a un niño, he sido violada. Y todo esto se originó en tu mundo. Un mundo que creí entender pero que me viene muy grande. Un mundo de dioses cuyos actos deciden el destino de las personas. No puedo estar cerca de ti ahora… A lo mejor soy injusta, pero necesito tiempo…
Casi resonaron como truenos en su cerebro, casi podía volver a verla apartando la cara levemente hacia la pared de la habitación de hospital sin conectar su mirada con la suya ni una sola vez. Siempre nos mirábamos a los ojos, se dijo. Retornó de sus pensamientos cuando advirtió que llegaba a su destino. Una vez allí alquiló una humilde habitación del hotel Giotto por tres noches y, tras una ducha y un cambio de ropa, salió a la calle dispuesto a sumergirse en aquella ciudad de casi 3 millones habitantes y 3000 años de historia.
Capítulo 1
En la habitación del hospital, el médico Berto Caprile acababa de ver los resultados de los análisis de uno de los pacientes. Tenía que comunicarle que tenía pocas semanas de vida. Le acompañaba una enfermera. El paciente estaba sentado en la cama y les miró con cierto desagrado al verles entrar. Caprile era un doctor veterano y no era la primera vez que había comunicado noticias semejantes. Sabía que la primera reacción del paciente siempre era de negación. Así que prefirió ver si podía hablar primero con algún familiar:
- Señor Varano, ¿tiene usted mujer, hijos? ¿Algún familiar?
- Un perro que llevará diez días sin comer en casa y un gato que me abandonó. ¿Vale eso?
- ¿Siempre es usted tan simpático?
- ¿Le paga mi seguro en función de mi simpatía?
- Menos mal que no.
- Pues entonces jódase y haga su trabajo. ¿Para que necesita algún familiar? ¿Para decirle que me estoy muriendo? ¿Qué tengo más metástasis que chinches mi perro? ¿Qué mi hígado está a punto de jubilarse?
- Señor Varano. Su salud está muy delicada. No le auguro…
- Dígamelo ya sin rodeos.
- Le queda poco tiempo de vida. Debería dejar el tabaco y el alcohol…
- ¿A ver si retraso la muerte un par de días?
- … y buscar a alguien que le cuide. Pronto no podrá valerse por sí mismo.
- ¿Es que he dejado alguna cuota sin pagar? ¡Cuídenme ustedes!
- Su seguro no cubre la atención en los procesos irreversibles. Le queda una semana de estancia en este hospital. Si tiene la suerte de morirse en estos días…
- Me gusta su sentido del humor.
- Perdone. Eso estuvo fuera de lugar.
- No se moleste, ni sea hipócrita. No lo siente una mierda. Hijos de puta. Encima que me restregáis por la cara que voy a morirme, me echáis a la calle como a un perro.
- Señor…
- ¡¡Qué cojones señor, ni que mierda…!! No he sido un señor en toda mi puta vida. No creo que las canas me hagan serlo tan cerca del final.
- Mire…
- Mira tú. Me queda una semana de estancia pagada. Pues a meneársela. Déjenme en paz. Dame pastillas para que me duela lo menos posible y lárgate.
El médico cerró su libreta y le indicó a la enfermera que abandonaran la estancia. Pero antes de salir le dijo:
- Por cierto, señ… Gianluca. Está absolutamente prohibido fumar en este hospital.
- ¿Y qué le hace suponer que yo he fumado?
- El permanente olor a tabaco de la habitación y las colillas tiradas en el váter que lo han conseguido atascar.
- Mire doctor. Traiga a los geos si quiere y que me den una paliza. Así moriré más rápido.
- Si vuelve a fumar me veré obligado a …
- ¿A pegarse conmigo, llamará finalmente a la policía?
- Es usted una persona insoportable.
- Váyase a casita y disfrute con su mujer, su amante y sus hijos el tiempo que le queda porque no olvides, niñato, que también te comerán los gusanos.
- Desde luego, pero me temo que usted no lo verá. Buenos días.
- ¿Qué cojones tienen de buenos?
Gianluca Varano quedó solo. Se levantó con dificultad. El dolor del hígado era grande y fue hasta el armario empotrado de la habitación. Allí escondido tras unas mantas había un paquete de Lucky Strike del que extrajo un cigarrillo y un mechero. Acto seguido, cerró la puerta de la habitación, lo encendió y aspiró profundamente.
Capítulo 2.
Clark llegó a la Plaza de España. Primero, su atención se centró en la Fuente de la Barcaza, estaba repleta de turistas haciéndole fotos y rellenando sus botellas de agua de sus eternos chorros. A su cerebro venían datos sobre su construcción, como Pedro Bernini, padre del gran Gian Lorenzo, había construido en torno a 1629 esta escultura que simulaba una barcaza naufragando, según la tradición para recordar el hundimiento de una embarcación en el Tíber. Después, emprendió la subida de los 135 escalones, diseñados por Alessandro Specchi y Francesco de Sanctus e inaugurados en 1725 por el papa Benedicto XIII. Parte de su financiación fue costeada por los borbones franceses para conectar la embajada española que estaba en la plaza, de ahí su nombre, con la iglesia de Trinidad de los Montes que está situada en lo más alto del enclave.
A la mitad de la escalinata se detuvo y se mesó los cabellos. Su cerebro hervía de datos. ¿Por qué le venía a la memoria todo lo que había leído? Era información almacenada en su cerebro cuando poseía los poderes. No entendía como podía seguir disponible. ¿Cómo era posible que ese super poder siguiera encendido. ¿Sería esto el anuncio de que los demás poderes volverían? Movió la cabeza a ambos lados con firmeza, negando tal posibilidad. Intentó dejar la mente en blanco y siguió ascendiendo hasta llegar a la Iglesia de la Trinidad de los Montes donde la frialdad de su interior alivió el tremendo calor que había fuera.
Su siguiente parada fue la Fontana de Trevi, la fuente más espectacular de Roma, poseedora de un conjunto escultórico impresionante y popularmente famosa porque la tradición cuenta que arrojando una moneda de espaldas a ella se realiza un deseo. Los turistas se extendían masivamente a su alrededor, tanto en la parte externa, como bajando al borde de la piscina. Escuchó como un par de policías abroncaban a un turista que pretendía aplacar el calor dándose un chapuzón. De nuevo, tuvo que hacer esfuerzos para no verse atosigado por la información cultural que ya estaba a punto de inundarle e introduciéndose entre la muchedumbre fue descendiendo hasta el borde de la piscina.
Allí, alzó la mirada hasta el imponente Neptuno que presidía el privilegiado escenario. Sin quererlo sus pensamientos derivaron hasta su amigo Arthur, Aquaman, y se preguntó si habría visto esta escultura. Decidió que se lo preguntaría cuando volviera a verle. Tuvo suerte porque dos chicas alemanas que ya se habían hecho las fotos de rigor y, también, arrojado la moneda de espaldas, se marchaban dejando un hueco perfecto justo en el centro para apreciar con nitidez la escena. Depositó, en un despreocupado gesto, su riñonera en el suelo y observó detenidamente los detalles de las estatuas. Al fin, decidió dejar su privilegiada posición y subir, sin reparar que olvidaba la riñonera en el suelo. Al girarse chocó con una mujer que intentaba hacerse un sitio en primera línea. Clark era más fornido y sufrió menos el choque, alargó el brazo y sostuvo a la joven del codo a la par que le habló en perfecto italiano:
- Disculpa.
- No ha sido nada.
La chica se quedó mirando fijamente los ojos de Clark, intentaba rescatar su color azul de entre la opacidad de los cristales de las gafas. Algo le llamó la atención, pero bajó la mirada un segundo para, al alzarla, sonreír al ver que Clark no había dejado de tenerla fija en ella. Por ello, sintió cierta decepción cuando Clark hizo un amable gesto de despedida con la mano mientras retornaba a subir. Ella devolvió el gesto y le contempló mientras se alejaba. Aprovechando el mismo lugar que Clark había dejado libre, se sentó al borde del agua. Realizó varias fotografías. Metió la mano al bolsillo para sacar una moneda. Se situó de espaldas, para cumplir con la tradición, y arrojarla. En ese momento le detuvo la voz de Clark:
- ¿De espaldas?
La chica sintió un relámpago de emoción al ver que había vuelto a bajar hasta allí para hablar con ella, pero desapareció al comprobar que Clark realmente, estaba para recuperar la riñonera olvidada. Con todo nuestro héroe no pudo sino fijarse en la mujer: pelo castaño y fino de media melena que tocaba los hombros, nariz de personalidad aguileña sin llegar a la exageración, se asemejaba a una belleza egipcia, delgada con senos grandes y piernas largas, de manos finas y los ojos de un verde oscuro muy peculiar, debía tener su edad. Desde luego, se dijo, llevo mucho tiempo sin Lois. Ella contestó:
- Todo el mundo la tira de espaldas. Es la tradición.
- Hazme caso. Lánzala de frente y pide un deseo.
- ¿Se cumplirá?
- No lo sé, pero lo que sí sé es que en la vida hay que ir siempre de frente. Un saludo.
Clark volvió a hacer ademán de irse. Ella le detuvo un instante.
- Ya que sabes tanto me podrías contar algo de la historia de la Fuente.
Fue como prender una mecha de pólvora, Como un tropel las palabras salieron de la boca de Clark:
- Existía una anterior fuente que el papa Urbano VIII no encontraba suficientemente dramática y en 1629 encargó al gran Gian Lorenzo Bernini que la renovase. Éste esbozó el proyecto, pero cuando el papa murió se abandonó. Años después en 1730 el papa Clemente XII encargó a Nicola Salvi un nuevo proyecto. El arquitecto probablemente recogiera ideas de Bernini, pero imprimió su estilo al enclave. Salvi murió en 1751 y la Fuente fue terminada por Giuseppe Pannini sobre 1762. Otras aportaciones importantes en la Fuente es la escultura del nicho central que representa a Neptuno obra de Pietro Bracci y las estatuas de los nichos laterales, la Abundancia y la Salubridad, esculpidas por Filippo della Valle. Cuando en el…
Clark se detuvo al contemplar la expresión de asombro de la mujer.
- Es que… acabo de leer la guía.
- Ya veo que eres profesor de arte, historia o algo así.
- No, no… me gusta leer simplemente.
- Me llamo Sonia.
- Yo Clark, encantado.
- ¿Estás de paso en Roma o eres de aquí?
- Soy un turista estadounidense.
- No lo parece. Tienes un acento romano perfecto.
- Se me dan bien los idiomas.
- Ya veo que se te dan bien muchas cosas. Yo vivo en Florencia, he venido a Roma a cubrir un reportaje, soy periodista, y estaré un par de días más en Roma. Luego tengo un asunto en África.
- Periodista, curioso.
- ¿Por…?
- Por nada. ¿Qué reportaje vienes a cubrir, si no es indiscreción?
- Una familia que tiene un niño en estado terminal por una rara enfermedad me ha pedido que realice un reportaje sobre ello para aumentar la concienciación social sobre dicha enfermedad. He quedado con ellos dentro de un rato.
- ¿La familia no pudo contactar con medios de prensa de Roma? ¿Por qué vas desde Florencia?
- Ellos son de allí. Vinieron a Roma a que un médico de fama atendiera al niño. Son amigos de mi madre y me pidieron como favor que siguiera el asunto yo. ¿Tú a qué te dedicas?
-También soy periodista.
- ¿Trabajas para algún periódico en particular?
- El Daily Planet de Metrópolis.
- ¿El Planet de Perry White? Vino invitado por mi universidad a un curso de verano. Nos habló de la ética periodística.
- Le va ese tema como anillo al dedo.
Diciendo esto Clark se abrochó la riñonera a la cintura y se despidió con modos amables:
- Quizá coincidamos por aquí estos dos días.
- Ojalá, Clark.
- No te olvides de pedir el deseo al tirar la moneda.
- ¿No quieres arrojar alguna?
- Prefiero dejar los deseos para los que los necesiten. De verdad que encantado. Nos vemos.
Sonia siguió con la mirada a Clark hasta que lo perdió entre la multitud. Acto seguido, acarició la moneda entre los dedos índice y pulgar y asiéndola con fuerza miró de frente a la fuente y al dios Neptuno y la arrojó con determinación. ¿Su deseo? Volver a cruzarse con Clark. Mientras la veía hundirse pensó, tengo dos opciones, esperar que mi deseo se cumpla o hacer por que se cumpla. Se apresuró y salió del recinto de la fuente con rapidez. Observó en todas direcciones hasta reconocer la espalda de Clark. Corrió hacia él hasta llegar a su altura y chocó con su brazo como si hubiese sido accidental. Clark iba a disculparse de nuevo cuando vio la sonriente cara de Sonia:
- El mundo es un pañuelo.
- Sonia.
- Clark. Te voy a pedir un favor.
- Tú dirás.
- Vente conmigo a conocer a la familia. No les vendría mal que el Planet también difundiera la enfermedad. Ayudará a su causa.
- Estoy de vacaciones.
- Por eso le he llamado favor.
Clark sonrió. ¿Cuándo le había negado un favor a nadie?
- De acuerdo Sonia. Tú guías.
Capítulo 3

El médico Berto Caprile volvía a tener que comunicar una mala noticia, incluso, peor que la anterior. El agravante es que la muerte era ahora la de un niño de 10 años. Una enfermedad degenerativa le había consumido y estaba a las puertas de despedirse del mundo. Los padres permanecían junto al niño en la cama y esperaban la confirmación. No les sorprendió el sombrío gesto en el rostro del doctor y tampoco sus primeras palabras:
- Hemos hecho todo lo que hemos podido.
El padre le interrumpió.
- No se disculpe, no es culpa de nadie. ¿Cuánto calcula que le queda?
- Estamos esperando el momento. Hoy, mañana, pasado…
La madre tragó saliva, pero no soltó quejido o lágrima alguna. El padre asintió con la cabeza:
- Entiendo.
En ese momento llamaron a la puerta de la habitación. El médico giró la cabeza hacia la puerta:
- Voy a decirle a quien sea que espere un momento.
Pero la madre le interrumpió.
- No, debe ser la periodista. Hemos pedido a la prensa que haga un reportaje de la enfermedad de Paolo. Queremos que se difunda su conocimiento para que la investigación aumente.
- Como usted desee.
La madre fue a la entrada y dejó pasar, como esperaba, a Sonia. Clark la siguió.
- Hola, ¿me recuerda? Hablamos…
- Es usted del periódico, ¿Sonia, verdad?
- Efectivamente.
- Pase.
Sonia y Clark saludaron al marido y al doctor y observaron al niño dormido. La madre señaló a su hijo diciendo:
- Ya casi no se despierta. Su retraso mental, unido a los medicamentos contra el dolor hacen que casi siempre esté en el reino de los sueños. El doctor nos acaba de comunicar que le resta poco tiempo de vida.
- ¿Quiere usted que volvamos después?
- No, doctor me gustaría que les explicara el mal de mi hijo. Usted lo puede contar mejor que yo.
- El niño padece mucopolisacaridosis II, también conocido como síndrome de Hunter, por ser dicho médico su descubridor, es una afección genética grave. Interfiere con la capacidad del organismo para descomponer y reciclar los enzimas llamados glicosoaminoglicanos.
- Disculpe, tomo nota… mucopolisacaridosis II, glico…- interrumpió Sonia.
- Glicosoaminoglicanos, son cadenas largas de carbohidratos de azúcar presentes en cada una de nuestras células que ayudan a construir los huesos, cartílagos, tendones, córneas, piel y el tejido conector.
- Perdone, prosiga…
- Las personas que sufren el síndrome de Hunter no producen suficientes cantidades de una de las once enzimas requeridas para transformar estas cadenas de azúcar o producen enzimas que no funcionan correctamente. Todo ello produce daños celulares permanentes y progresivos que afectan al funcionamiento del organismo y en muchas casos al desarrollo mental porque puede afectar las neuronas.
- Oh, …
- En este caso concreto la degeneración ha afectado a órganos vitales y ya no se puede… -el doctor paró un momento y miró a la madre por si su discurso la estuviera afectando. Pero ésta se hizo cargo y le sonrió hablando:
- No se preocupe, me lo sé de memoria, concluya.
- Ya no podemos hacer nada, salvo paliar el dolor.
Sonia tenía los ojos llorosos, pero resistió la emoción y preguntó:
- ¿Es una enfermedad muy común?
- Pueden existir unos 2000 casos en todo el mundo. En Italia no creo que lleguen a 100.
- Disculpad, voy a salir un momento- comentó Clark.
Clark salió al pasillo algo afectado por la descripción del problema. Con todas las cosas asombrosas y terribles que había visto en su vida, olvidaba que la cotidianeidad a veces puede ser tan cruel como el más maquiavélico plan de Lex Luthor o Darkseid. Una estruendosa voz le sacó de la meditación:
- ¡Clark Kent!
Nuestro héroe miró de arriba abajo al hombre que vestido con un camisón de hospital y zapatillas se apoyaba en el quicio de la habitación contigua. Y, demonios, pensó, puedo acordarme del número de escalones de la Plaza de España y no recuerdo a este señor.
- ¿Ya no me recuerdas? Qué pronto olvidamos a los amigos. Soy Gianluca Varano.
Capítulo 4

Al decirle el nombre supo enseguida quien era. Le había conocido en sus viajes por el mundo antes de ser Superman. Lo que sucedía es que la imagen que recordaba distaba mucho de la que tenía ante sus ojos. No sólo era el pelo cano y la creciente alopecia, eran los aproximadamente veinte kilos de más, la desmejorada cara con ojeras, la barba descuidada. Tampoco ayudaba a reconocerle el camisón hospitalario con la parte de atrás semi abierta dejando al descubierto parte de sus posaderas y el bastón que, además de ser, lo único elegante de la escena, daba la sensación de que le sostenía más que sus piernas. Clark dio un par de pasos y le acercó tendiendo la mano para saludarle:
- Gianluca Varano ¿Cómo voy a olvidarlo? Hace mucho tiempo.
- Hace unos quince años. El tiempo pasa… demasiado velozmente. Entonces eras un jovenzuelo de unos 18 años. ¿Qué haces en Roma y en este hospital?
- Estoy viajando por Europa de nuevo. He venido con una periodista-señaló la habitación de dónde había salido.- Sigue la noticia de una rara enfermedad que afecta a un niño ingresado. Lamentablemente parece que tiene poco tiempo de vida.
- Pues casi mejor, así se ahorra sufrimiento.
- Sigue con la sensibilidad a flor de piel,- dijo irónico Clark.
- Mira chico, cada uno tiene sus propios problemas. La vida es dura.
- Sensible, amable y simpático, como hace tantos años.
- ¿Crees que puedo cambiar a estas alturas?
- Supongo que no. ¿Sigue en la policía?
- No, lo dejé.
- ¿Por qué está ingresado?
- Porque los médicos italianos son una mierda. Estoy perfectamente. No me sucede nada.
- ¿Dora y sus hijos?
- Supongo que felices muy alejados de aquí.
- ¿Qué paso?
- ¿Qué más te da?
- Me preocupa.
- ¿Quince años sin verte y te preocupo? Recuerdo que me salvaste la vida. A lo mejor has venido a salvarmela de nuevo. Recuerdo que siempre que aparecías sucedían cosas extrañas: balas que no impactaban, milagrosos rescates… ¿Magia? Pues has llegado justo a tiempo si llegas un par de días más tarde… Ya no me encuentras.
- ¿Tan mal está?
- No, es que me van a dar el alta.
- Ya.
- El alta definitiva. La que me llevará al olvido. Tengo un cáncer que me corroe las entrañas y una cirrosis de caballo. Ayer el dolor era terrible. Hinchado hasta las trancas de medicamentos me hacen mantenerme cuerdo. Me queda poco tiempo de vida.
- ¿Y Dora sabe esto?
- Me dejó hace una década. Mis hijos no me hablan.
- ¿Qué pasó?
- La bebida.
- Pero, usted no bebía.
- Un hombre puede cambiar mucho en quince años… Maté a un niño.
- ¿Cómo sucedió?
- Toma nota y cuando me mueras lo publicas como novela. Teníamos una orden judicial para detener a un tipo. Mi compañero y yo fuimos hasta el domicilio y nos identificamos. El maromo estaba colocado y nos disparó sin venir a cuento. Entramos en su piso y hubo un intercambio de disparos en el que él se llevó la peor parte. Le alcancé en pleno rostro y su arma salió despedida al otro lado de la habitación. Mientras mi compañero bajó al coche patrulla a pedir refuerzos, yo me quedé allí mirando el cuerpo. Le tomé el pulso comprobando que ya era cadáver, cuando escuché un ruido. Pensé que tenía algún compinche en la habitación. Me giré y escuché nítidamente que alguien cogía el revolver del suelo. Alcé mi arma y sin pensarlo disparé dos o tres veces. Acerté a unos cojines con plumas a la par que al sujeto que alzaba el arma. El espacio del cuarto se llenó de plumas flotantes que me impedían ver a quien había disparado. Me levanté y observé con terror que era un niño de diez años al que había acribillado mi incompetencia. Luego comprobé que se trataba de su hijo.
- Terrible.
- Recuerdo como caían las plumas, todo pareció congelarse, como nieve sostenida en el espacio. Me abalancé sobre él. Aún respiraba e intenté a toda costa mantenerle con vida. Grité pidiendo auxilio. Me quité la chaqueta e intenté cortar la hemorragia. Se la anudé con fuerza en torno a la herida. Después le tumbé y le hice un masaje cardiaco esperando que las asistencias médicas llegasen. Su respiración era intensa, pero se hacía cada vez más tenue. No podía dejarle morir. Empecé a rezar como un imbécil. Le pedí a Dios que hiciese retroceder el tiempo. Empecé suplicar, a exigir, a gritar que cambiase mi vida por la suya. ¡¡Una vida por otra!! Las plumas dejaron de caer y el chico expiró justo cuando la última de ellas tocó el suelo. La sangre aumentaba su extensión y las manchaba. Parecía que había disparado a un ángel. El niño estaba rígido y frío cuando llegaron los compañeros con una ambulancia.
- Entonces…
- La culpa me atormentaba. Acudí a psicólogos, psiquiatras, curas… Nadie me dio el consuelo que necesitaba. Yo que presumía de fortaleza mental, quedé absolutamente hundido y nunca me recuperé. Lo perdí todo y me refugié en el olvido momentáneo que da la botella.
- Arruinando su vida no devolvió la del chico.
- Ya lo sé, pero, no podía apartarle del recuerdo. Me despertaban terribles pesadillas todas las noches. Nunca me perdoné. Me prejubilé del cuerpo de policía. La bebida me inundó y no había día que no llegara a casa ebrio.
- Y Dora se hartó.
- Fue más que eso. Le di una paliza de muerte. Llegué borracho, me recriminó y perdí los nervios. Cuando cesé de golpearla estaba ante mis pies sangrante e inconsciente.
- No puedo dar crédito. A pesar de su malhumor era usted alguien preocupado por los demás. Usted influyó en mi forma de ver la vida. Buscaba justicia. La muerte de aquel chico fue accidental.
- No se puede cambiar el pasado. Si el destino o Dios me hubieran hecho caso y hubieran cambiado la vida de aquel chaval por la mía. Nadie me escuchó.
- Vaya memez. Las cosas no funcionan así. Como no había un hada disponible para cumplir un deseo, resulta que la culpa es del destino.
- No me juzgues. Pues sí: pedí un milagro, que no se me concedió.
- Es usted, perdóneme, un imbécil absoluto. Cometió un error y lo tiró todo por la borda. Pero, nunca es tarde para rectificar.
- ¿De qué hablas?
- ¿Pidió perdón a Dora y tus hijos?
- Me queda poco tiempo de vida. ¿Quieres que llame a una persona que hace diez años que no veo y le pida perdón para que vuelva a mis brazos amorosos a cuidarme y limpiarme la mierda hasta que fallezca?
- Quizá debería pedirle perdón sin esperar que suceda nada. Quizá va siendo hora de que se perdone a usted mismo.
- Siempre idealista Clark. En eso no has cambiado. ¿Crees que quiero la compasión de alguien? Erré en la vida y la vida me lo ha devuelto con dolor, sufrimiento y soledad.
- Usted ayudó a mucha gente.
- Bueno, si no puedes hacer milagros es un buen momento para despedirnos.
Varano se dio media vuelta y se introdujo en su habitación. Clark volvió con Sonia y estuvieron una media hora más con la familia y el médico. Sonia prometió volver al día siguiente. Clark se mantuvo en silencio. Al salir quería estar solo. Sonia insistió en tomar algo:
- ¿Te apetece que nos sentemos en alguna terraza?
- No, el encuentro me ha dejado un poco de mal sabor de boca.
- Lo del niño.
- También, pero es que me he cruzado con un viejo conocido en el hospital. No ha sido agradable.
- ¿De verdad que no te apetece tomar nada?
- Escucha Sonia, mañana quedamos en el hospital. Vemos al niño y pasaré a saludar a mi antiguo amigo. Ahora me apetece estar solo.
- Bueno, como desees. Hasta mañana pues. ¿Sobre las 10:00?
- Perfecto. Nos vemos.
Clark anduvo toda la tarde por las calles de Roma pensando en Lois.

Capítulo 5
Al día siguiente Clark llegó un cuarto de hora antes y en lugar de esperar a Sonia en la puerta, decidió hacerlo en la habitación del niño. Éste estaba despierto aunque seguía tumbando. Jugueteaba con la mano de su madre. Clark entró recibiendo la sonrisa de ambos.
- Clark, qué alegría volver a verte. Salir en el Planet hará mucho bien a nuestra causa. Dicen que todo lo que publica el Planet es cierto.
- Siempre se cometen errores, pero es verdad que White, el máximo responsable, nos anima a comprobar la fiabilidad de todo lo que publicamos.
- Es una buena política.
- Mira, además del artículo, quería ofrecerles este teléfono, es el de la Fundación Superman. Es una fundación sin ánimo de lucro que ayuda a proyectos humanitarios. Si existiera algún problema económico para el tratamiento del niño la Fundación podría financiarlo…
- Gracias. No hay medicina en el mundo ni especialista que pueda paliar el problema hoy por hoy. Hay unos 2000 casos en el mundo. Alguno, según la evolución puede alargar su vida varios años. Pero la esperanza media de vida son unos 10 años.
- La entereza con lo que lo cuentas….
- Ya he llorado todo lo que mis ojos me han permitido. Ahora me queda pelear para que sus últimos momentos de vida estén engalanados de felicidad. Ha sido muy duro. Tuve que renunciar a media jornada en el trabajo, suerte que me lo permitieron, aunque esto supuso una importante reducción de ingresos en la economía familiar. Los tratamientos médicos semanales, todos los martes,… En fin que ha sido difícil. Este último mes he tenido que pedirme una excedencia.
- Desde luego, sois dignos de admiración.
- Las circunstancias te marcan el camino. ¿Qué haces? ¿Dejarlo a su suerte o pelear porque sea feliz toda su vida? Eso hemos intentado hacer. ¿Qué más se puede pedir? ¿Alguien puede presumir de haber sido feliz toda su vida?
- Supongo que poca gente.
- Pues mi hijo lo ha sido. Tarde o temprano todos fallecemos. Vivimos pensando que esto durará siempre y cuando comprobamos que no es así se nos antoja muy duro. Nosotros hemos aprendido que lo importante no es cuánto tiempo estás aquí, sino aprender a vivir el tiempo del que se dispone con alegría y entrega.
En ese momento entraron el padre y Sonia que habían coincido en el exterior.
- Buenos días, ¿cómo está hoy?- dijo Sonia.
- Igual, pero mira está despierto.
Clark aprovechó que iniciaron la conversación para ausentarse un momento e ir a ver a Varano. Llamó la puerta y una auxiliar de clínica le dio el paso. Ella, junto con su compañera, acababan de lavarle y Gianluca se sentía avergonzado y ridículo.
- ¿Cómo estamos hoy?
- ¿No tienes más amigos en Roma?
- Ya veo que aún vivo.
- Pero más jodido.
Clark notó que no se alegraba en absoluto de verle.
- Veo que ya le han aseado.
- El puto Sherlock Holmes en persona. Mira Clark, no me lo tomes a mal. Quizá ayer me desahogué, pero en una década no nos hemos visto ni llamado una sola vez. Tu presencia me recuerda algo que fui y ya no soy. Me apetece morirme solo. No me haces falta. He caminado por este camino de amargura solo y prefiero encontrarme con la muerte sin carabinas.
- ¿Es una indirecta?
- No seas irónico conmigo. ¿Quién coño te crees que eres? Tengo un cáncer que me devora. Hoy no he podido ni levantarme. Por eso, me han lavado aquí, dos inútiles enfermeras haciendo chistes estúpidos y creyéndose simpáticas. Me da asco todo esto.
Las auxiliares estuvieron a punto de contestarle, pero una de ellas le hizo un gesto de que no tuvieran en cuenta las palabras, terminaron de recoger las sábanas cambiadas y se fueron. Clark sintió que poco podía hacer por Varano si no aceptaba su ayuda.
- Pensé que podía venirte bien alguien con quien hablar.
- Evidentemente yo no opino igual. Esto acabará pronto. Mi vida ha sido muy corta.
- ¿Corta? Hay un chaval en esa habitación, que va a morirse con diez años. Eso sí es injusto. Tú te auto compadeciste y no apreciaste la gran vida que tenías.
- ¿Cómo te atreves a hablarme así?
- Dora te amaba, tuviste dos hijos maravillosos, tus compañeros te admiraban. Lo tiraste todo por la borda, culpándote por algo que no podías haber detenido.
- Maté a un niño.
- Y no solo te lo hiciste pagar a ti, sino a tu mujer, a tus hijos, al Cuerpo. Renunciaste a todo por un error. ¿Pediste perdón a Dora? ¿Pediste perdón a tu hijo?
- ¡Vete a la mierda! Me sobran sermones. Mi vida tenía que haberse cambiado por la del chico.
- Otra vez. ¿Desde cuando las cosas funcionan así? Ah, yo pido a un Dios, al que nunca creí, y que quizá ni exista, que se cumplan mis deseos y entonces… por arte de la magia todo se conforma a mi realidad soñada.
- Lárgate.
- De acuerdo, Gianluca.
- Lárgate de una vez…
Clark volvió a la habitación del niño. Allí tomó notas para enviarle a Perry un artículo sobre la enfermedad. El niño había vuelto a dormirse, en cuanto le suministraron la medicación. El padre le contemplaba y con una expresión casi ausente dijo:
- Nos lo dieron con fecha de caducidad.
- No hables así-se enfadó la madre.- ¿No la tenemos todos? Su vida ha servido. Nos ha hecho mejores personas. Vivirá en nosotros.
- Lo siento, cariño, lo siento. Es que…
- Las pirámides se erigieron hace miles de años, ¿qué fue de los que las levantaron? Los seres humanos nos sucedemos unos a otros y quedan nuestras obras. No sólo materiales. El amor que ha sembrado en nuestros corazones sobrevivirá como semilla en otros corazones. Este niño nos ha hecho mejores y debemos agradecer ese regalo.
Clark los vio abrazarse y no supo que decir. De repente, sin llamar a la puerta irrumpió en la estancia Gianluca Varano. Se apreciaba que había hecho un esfuerzo sobrehumano para llegar hasta allí. Se apoyaba en el bastón. Todos quedaron asombrados de verle. Clark se levantó y le presentó:
- Es el amigo del que os hablé antes. El señor Varano.
- ¿Señor…?- Varano estuvo a punto de decir alguna nueva inconveniencia, pero decidió callarse.
- ¿Podemos ayudarle en algo?- dijo el padre.
- No, Clark mencionó al chiquillo y quería verle.
- Está dormido.
- La vida es una miseria. Tenías razón Clark, yo me merezco esto, ya he andado mi camino, pero este chiquillo no ha tenido la oportunidad de estrenarse. Debería poder cambiarse una vida por otra. Perdonen la molestia, no sé si volveremos a vernos. Adiós.
Diciendo esto dio media vuelta y se fue por donde había entrado. Clark le siguió.
- Gianluca.
- Un abrazo, Clark eres buena persona. No dejes que la vida te cambie.
Entró en su habitación y con una gran dificultad abrió la puerta del armario donde estaba su ropa y empezó a vestirse. Una vida por otra, pensó. De tanto pedirlo quizá esta vez funcione el cambio.
Capítulo 6

Prácticamente a la vez, el niño padeció una crisis respiratoria. La enfermera de la planta percibió que el estado se estaba agravando y aviso al doctor Caprile, que en diez minutos entraba en la habitación. Tras estabilizar al niño con sondas en la nariz y oxígeno adicional. Se giró a los padres y con rostro sombrío y voz afectada les anunció:
- Será de un momento a otro.
La entereza de los padres contrastó con el desasosiego que Sonia y Clark sintieron. Sonia salió al pasillo y Clark la siguió. Se paró a su lado y le habló :
- Te afecta, ¿verdad?
- Lo siento. Me da mucha pena. Me parece una injusticia absoluta.
- No podemos hacer nada. Tal vez la familia prefiera estar sola en estos momentos. Les diré que…
- No, no tienen parientes, necesitarán compañía. Ya tendrán tiempo para sufrir en soledad. Además, les prometí que cubriría la historia hasta el final.
- Ya, pero…
Clark cortó el discurso. El ascensor que estaba al fondo del pasillo a unos veinte metros de ellos abría sus puertas, cinco personas dejaron salir a los familiares que accedían a la planta y se dispusieron a entrar en él. Lo sorprendente es que una de las personas de las que subían al ascensor era Varano. Clark abrió los ojos como platos y gritó:
- ¡Gianluca!
Éste lo oyó pero entró sin hacer caso. Clark tardó un segundo en reaccionar y cuando empezó a correr hacia allí el ascensor cerraba sus puertas. Sonia le siguió para preguntarle:
- ¿Qué sucede?, Clark.
- Es Gianluca, pero… si no puede ni andar. ¿A dónde demonios irá? Debo alcanzarle. Volveré enseguida.
Sin mediar más palabra fue hacia las escaleras y las bajó acelerado. Eran cuatro pisos. Tuvo la mala fortuna de que el personal de limpieza las estaba fregando y esto le retraso unos segundos. Cuando llegó abajo el ascensor acababa de cerrarse para subir otra vez. Los pasajeros del mismo ya habían descendido. Se decía asimismo que Gianluca no podía casi andar. No podía haber tenido tiempo de alejarse. Le buscó con la mirada por la entrada del hospital, sin encontrarle. No era posible. Salió a la calle para encontrarla abarrotada de gente. Se percató que la oleada de gente que recorría la entrada del hospital iba mayoritariamente al sur. Supuso que se dejaría llevar y que no enfrentaría la marea humana. Avanzó unos pocos metros y por fin le localizó. Entraba en un taxi, que partió en segundos.
Clark no se rindió. Intentó encontrar otro taxi. No aparecía. Echó a correr en dirección al primero, pero ya se perdía al final de la calle. En ese instante vio otro taxi y le llamó con vehemencia. Se introdujo en su interior como si le persiguieran y dijo frenético:
- Siga a aquel taxi.
- ¿Cuál?
- El que acaba de torcer a la derecha, al fondo de la calle. ¡Aprisa.!
- ¿Como en las películas? ¿No será usted policía?
- Algo así, soy… Bond, James Bond. Le daré el doble de lo que marque si le alcanzamos.
- Ni un segundo que perder, señor Bond.
La persecución se extendió durante diez minutos. Estaba claro que el taxi se dirigía hacia la Basílica de San Pedro. En pleno corazón de Roma, en el Estado del Vaticano. La ventaja era bastante y el tráfico no ayudaba a recuperarla. La persecución terminó cuando un semáforo separó a ambos vehículos todavía más. El taxista de Gianluca lo sobrepasó ya cambiando del ámbar al rojo, pero el conductor de Clark tuvo que frenar para no atropellar a los peatones. De cualquier manera, pensó Clark, va al Vaticano, quizá a la Basílica, allí le encontraré.
El Estado del Vaticano, ciudad estado con una extensión de medio kilómetro cuadrado y unos 900 habitantes. La Basílica y la Plaza de San Pedro ocupan el veinte por ciento de todo el territorio. El estado cobró naturaleza tras los acuerdos de Letrán en 1929, cuando el gobierno de Mussolini pactó con el Papa Pío XI la concesión de dicho territorio a la soberanía papal poniendo fin al litigio de la conquista de los Estados Pontificios durante la unificación Italiana en 1870. La Basílica debe su forma actual al empeño de Julio II desde 1506 y a los trabajos de Bramante, Miguel Ángel, que, además, diseña la Cúpula y Bernini. Se terminó en 1626 durante el pontificado de Pablo V.
A las puertas de la misma Plaza de San Pedro se detuvo Gianluca, pagó al taxista y descendió con mucha dificultad. Su rostro denotaba que el esfuerzo estaba siendo terrible. Casi se desesperó al pensar que tenía que recorrer la Plaza entera hasta acceder al interior de la Basílica. Tragó saliva y comenzó a andar por aquella inmensa Plaza contemplando las columnatas elípticas de Gian Lorenzo Bernini que simbolizaban un incorpóreo abrazo al viajero. El sol le deslumbró cuando posó la vista en el obelisco egipcio de 25 metros de alto y 327 toneladas, pero enseguida bajó la mirada y siguió adelante apoyándose, como si la vida le fuera en ello, en su bastón.
Llegó renqueante hasta la fila de personas que hacían cola para llegar hasta los controles de los vigilantes y acceder así al enorme recinto religioso. Gianluca hizo caso omiso al turno de las personas y continuó andando sin apartar la vista de sus pies. Fue colándose, pero al verle enfermo prácticamente nadie le detuvo. Hubo un par de preguntas que zanjó diciendo estoy buscando a mi familia que está allí delante. Y se situó en el grupo de la cabeza en minutos. Cuando estuvo ante la máquina detectora de metales situó su cartera en la cinta transportadora y pasó apoyándose en el bastón bajo el arco metálico. El pomo metálico de éste hizo que sonara el detector. El vigilante le indicó que debía depositarlo en la cinta, pero Gianluca con su cortesía habitual aunque exento de razón expresó:
- Si lo suelto me estrello contra el suelo. ¿Me ve usted aspecto de matar con él a alguien a golpes?
El vigilante hizo un gesto para que pasara. Gianluca estaba muy mal, cada paso le costaba una tortura. Pero siguió adelante. Recorrió el trayecto hasta la entrada de la Basílica y pasó al interior. Clark bajaba del taxi bastante retrasado. Intentó encontrarle con la mirada en la plaza pero fue imposible. Después pensó que no tenía otro lugar que ir sino al interior. Llegó hasta la enorme fila y, pacientemente, se situó en ella. Pero, pronto se dio cuenta que tardaría una media hora, en el mejor de los casos, en entrar. Así que fue pidiendo paso diciendo que era un miembro de la organización. En poco estaba entre los treinta primeros y en diez minutos había conseguido superar el control. Entró veloz. Fue hacia la fascinante Piedad de Miguel Ángel. Siguió por ese lateral hasta la tumba de Juan Pablo II y allí le encontró sentado en uno de los bancos. Estaba con muy mal aspecto, tremendamente agotado, encorvado sobre su bastón, murmuraba:
- No entiendo por qué hay quien tiene la oportunidad de elegir en la vida y por qué a otros se le niega esa posibilidad. Vengo a hacer una petición. Deja vivir a ese niño del hospital y toma mi vida por la suya.
Le interrumpió la voz de Clark.
- Deberíamos volver al hospital.
- ¿Cómo me has encontrado?
- Te seguí.
- Mira, Clark. ¿Sabes qué es lo único que me queda en el mundo?
- Me lo vas a decir.
- Elegir el lugar de mi muerte. Siento como se me apaga la vida. No todos pueden presumir de acabar sus días en el interior de San Pedro. Pienso permanecer en este banco enfrente de la tumba de Juan Pablo II y dormirme para no despertar. A la dama cadavérica le dará igual donde me recoja y seguro que si te mueres en este sitio vas al cielo. Je, je, je, cof, cof…
- En el hospital pueden controlarle el dolor.
- Llevo viviendo con el dolor muchos años, no me preocupa. Lo soportaré. Además no será mucho tiempo.
- Gianluca, debo…
- ¿Qué debes…? ¿Obligarme a ir a donde no quiero? Soy un ciudadano. He vivido mi vida libre. Déjame decidir por mí mismo. Déjame elegir el marco que rodee mi muerte.
Clark no sabía si llamar a alguno de las decenas de vigilantes para que le ayudaran a llevárselo:
- ¿Sabes que me gustaría hacer ahora? Beberme una cerveza.
- Creo que el médico no lo vería con buenos ojos.
- Si lo mismo me mata. Je, je, cof, cof, cof… Recuérdame que no me ría más.
Gianluca se imaginó que levantaba una cerveza helada y la tomaba de un trago.
- Además, mi última petición: una vida por otra. Entrego mi vida por la de ese niño. Espero que esta vez si atienda mi demanda.
- Gianluca esto es una tontería.
- ¿Sabes Clark…?
- Gianluca.
- Quizá sea ésta la única cosa noble que he hecho en mi vida en la última década. No la califiques de tontería.
Gianluca Varano cerró los ojos respiró con dificultad durante casi un minuto y suavemente expiró. Clark notó que se resbalaba hacia el suelo y no le dejó caer. Le incorporó y le apoyó contra el respaldo del banco. Después, le miró y pensó, has conseguido elegir el lugar de tu muerte, desde luego. Se levantó y se dirigió a uno de los vigilantes. Enseguida personal sanitario se hacía cargo del cadáver y en una camilla lo llevaron a unas dependencias internas para certificar su muerte.
Capítulo 7
En el hospital el niño respiraba pausadamente. Tenía los ojos cerrados. Ambos padres no apartaban la mirada del pecho esperando el momento en que dejase de hincharse. La madre agarró la mano del niño y la aferró en un deseo desesperado de sanarlo casi con la voluntad. Caprile estaba en la estancia. Sonia esperaba fuera en el pasillo cuando llegó Clark.
- Siguen esperando. Va a suceder de un momento a otro.
El final se aproximaba, el débil corazón no podía impulsarse para un latido más y dejó de hacerlo. El cuerpo del niño sufrió una mínima convulsión y el olvido se adueñó de aquella memoria. La madre sintió a través del contacto de la mano que había sucedido. Su cara se invadió de dolor y las lágrimas la recorrieron sin cesar. Su marido la abrazó y ambos quedaron en silencio. Diez minutos después salieron de la habitación. Sonia se abrazó llorando con la madre y Clark tendió la mano y dio un tímido abrazo al padre. Después los dos amigos se separaron de los padres. Clark cerró los ojos, impidió que saliese una lágrima y murmuró:
- Una vida por otra.
- ¿Por qué dices eso?
- Gianluca pidió que su muerte salvara al niño. Casi pensé que el milagro iba a producirse.
- La vida podría ser de otra manera. A veces no tiene sentido.
De repente, un estruendo se oyó desde el fondo del pasillo. Todos prestaron atención a ver quien provocaba tal ruido. Las puertas del ascensor se abrieron y una persona salió a toda velocidad del mismo vociferando y dando golpes contra las paredes. Clark abrió los ojos con fuerza sin dar crédito a lo que estaba viendo. Era Gianluca Varano, quien venía apresurado hacia ellos dando gritos:
- Es imposible- musitó Clark.
- ¡¡Tú lo viste, Clark!! ¡¡Tú estabas allí!!
- ¿Cómo es posible?
- ¡¡No es justo!! ¡¡No lo es!!
Al llegar a la altura de los presentes, Caprile no daba crédito a que se moviera con tal celeridad. Los padres se asustaron y molestaron un poco cuando irrumpió en la habitación y contempló al niño que yacía sin vida:
- ¡Me ha salvado! El niño me ha salvado. ¡¡No es justo!! Tenía que haber sido al revés. Era al revés. Una vida por otra. ¡¡Era la mía la que debía entregarse!! ¿Por qué? ¿Por qué?
- ¿Está usted loco?- le dijo el padre.
Gianluca se dirigió a ellos.
- Lo siento. Lo siento. Pero no lo entienden. Era yo quien debía haber… su vida ha salvado la mía.
Clark le agarró de los hombros y le condujo fuera. No daba crédito a lo que estaba viendo. Caprile le tomó el pulso y le pareció que se lo tomaba a una persona de cuarenta años. Las pruebas médicas que le realizó con posterioridad demostraron que el cáncer y la cirrosis aunque seguían presentes habían remitido. La quimioterapia de los últimos momentos había conseguido reducir el tumor y las metástasis en algunos órganos habían desaparecido. Respecto a su hígado el tratamiento también parecía haber dado resultado. Caprile no entendía cómo había sucedido esto en tan breve tiempo y con el estado de deterioro avanzado que tenía. Estos efectos se habían visto en un paciente de cada 10.000. Mala hierba nunca muere, se dijo. Cuando Varano salió de la última revisión Clark esperaba junto a Sonia. Varano le miró:
- No puedo creerlo. Sentí silencio y oscuridad hasta que me desperté en una camilla rodeado de tipos vestidos de verde y blanco que gritaron como si yo fuera un fantasma.
- Es que casi lo eras.
- ¿Qué explicación le das?
- No lo sé. Supongo que el azar se puso de tu parte.
- Es otra oportunidad. Ese niño me ha dado otra oportunidad, estoy convencido. Debo hacerme merecedor de la misma, Clark. ¿Por qué? No es justo. Yo ya había cumplido.
- No podemos explicarlo, pero como has dichos estás en deuda.
- Es otra vida, tengo que aprovecharla. Debo hacer que los años que me queden merezcan la pena.
Sonia y Clark quedaron a solas.
- ¿Crees que esto es un milagro?
- ¿Sinceramente? Casualidad, fortuna y azar.
- Y ahora, ¿a dónde te diriges?
- Creo que seguiré por Europa. No sé si Grecia, Alemania…
- ¿Por qué no me acompañas?
- ¿Acompañarte?
- Voy a África. Debo sustituir a otro corresponsal de mi periódico. Estaré tres días. Vente conmigo, sacarás otra gran historia para el Planet.
- No sé…
- ¿Qué más te da ir a un lugar u a otro? Luego proseguirás tu ruta.
- Bueno, de acuerdo. A África pues. Pero antes…
- ¿Antes…?
- Tengo un día más en Roma y me esperan los Museos Vaticanos, el Laocoonte, Rafael, Miguel Ángel…
- No es mal plan y, luego África.
Epílogo. Treinta años después.
Un anciano moribundo vivía su último momento de vida. Recordaba con detalle desde que era un niño en el barrio más humilde de Roma hasta el momento presente. El médico que le atendía vio que no se podía hacer nada más que esperar que llegara el final. Pero, observó que el anciano intentaba hablar. Con total seguridad esas iban a ser sus últimas palabras. Acercó el oído y, con dificultad, escucho:
-¿Fui merecedor? ¿Conseguí aprovechar mis días?
El doctor no entendió a Gianluca Varano que falleció al segundo siguiente.

Las cosas parpadean y se mueven
y todo aquello que no tiembla no está vivo.
Las gaviotas volvieron en diciembre
y ahora vuelan otra vez aquí conmigo.

La distancia la marcamos tú y yo a medias
si procuras no tenerme en el olvido.
Yo prometo soñarte mientras duerma
y dormir hasta que estés aquí conmigo.

Y pasa el tiempo y mientras pasa considero
que es una falta de respeto y un engaño tan ruin
que cuando al fin ya sé como funciona el juego
se me acaban las monedas, ironías de vivir.

Y la espuma de este mar que me marea
mientras rompe con fragor contra mi oído,
recordándome con cada nueva ola
que tú estás aunque no estés aquí conmigo.

Y pasa el tiempo y mientras pasa considero
que es una falta de respeto y un engaño tan ruin
que cuando al fin ya sé como funciona el juego
se me acaban las monedas, ironías de vivir.

Y es que las cosas parpadean y se mueven
y todo aquello que no tiembla no está vivo.
Yo temblaré hasta que me muera si así vienes,
vente conmigo.

Y pasa el tiempo y mientras pasa considero
que es una falta de respeto y un engaño tan ruin
que cuando al fin ya sé como funciona el juego
se me acaban las monedas, ironías de vivir.

(Carlos Goñi, Revolver)


El 23 de septiembre de 2012 fallecía mi sobrino Santiago Cruz Miranda,
a un mes de cumplir los seis años,
afectado por la enfermedad descrita en este episodio.
Su vida, feliz desde el primer al último minuto,
ha servido para que los que le hemos rodeado seamos mejores personas.
Mi hermana Zita y su marido Javier tienen otro hijo, Enrique –Kike-
que padece la misma terrible dolencia. Kike nació en el 2010, tiene ahora dos años y pico.
Parece una burla del destino que ambos padezcan,
sin antecedentes en ninguna de las dos familias,
una enfermedad tan inusual.
Sirva este relato como homenaje a los pequeños
y al absoluto optimismo y entereza de
Zita y Javi.
Mi hermana escribe un blog
donde cuenta su experiencia vital
http://vidamucopolisacaridosis.blogspot.com.es/ 



De octubre de 2011 a septiembre de 2012

José Luis Miranda Martínez

 

2 comentarios :

  1. Un relato muy duro este 5º de Errante, sobretodo por la implicación del escritor. Sin duda consigue trasmitir aquellos duros sentimientos, y además él mismo sirve de difusor de la enfermedad, como Clark hiciera con el Planet, la verdad es que no la conocía y solo puedo desearle fuerza a todas las familias y enfermos. Una verdadera pena la verdad.

    En fin, sin palabras me quedé, muy buen número.

    ResponderEliminar
  2. Un número tremendo en muchos sentidos. Una excelente historia de Superman protagonizada por un "anónimo" Clark Kent (como el resto de las que forman parte de esta saga titulada "Errante"), tan bien escrita como planificada. Lo referente a esa "enfermedad rara" (como suelen denominarme este tipo de enfermedades que sólo afectan a un pequeño porcentaje de la población) muy bien tratado (y resulta aún más impactante al saber que el autor la conoce lamentablemente de primera mano), pero además, me ha gustado mucho cómo no se ha limitado a centrar la historia únicamente en este tema, sino que ligándolo a la vida destrozado de ese otro personaje aquejado de cáncer y cirrosis, aprovecha para contarnos algo mucho más complejo. Y todo ello, dentro de un número que, esta vez sí, es un número de Superman, y donde el viaje de Clark Kent también recibe su merecida atención.

    En definitiva, una historia que no te deja con muy buen cuerpo, la verdad, pero que demuestra sin lugar a dudas el talento de Jose Luis Miranda como escritor.

    ResponderEliminar