Superman nº28

Título: Errante (VIII): en el límite de la Tierra
Autor: Jose Luis Miranda
Portada: Roberto Cruz
Publicado en: Octubre 2014

En la vida no existe una respuesta correcta o equivocada. Tenemos que hacer elecciones y cada una de ellas tiene una consecuencia. Si no nos gusta nuestra elección, entonces debemos hacer una nueva para obtener una nueva consecuencia.
Enviado a la Tierra desde el moribundo planeta Krypton, Kal-El fue criado por los Kent en Smallville. Ahora como un adulto, Clark Kent lucha por la verdad y la justicia como...
Creado por Jerry Siegel y Joe Shuster

Resumen de lo publicado: después de perder sus poderes tras su combate contra Zod y separado de Lois, Clark emprende un viaje alrededor del mundo para reflexionar sobre todo lo que le ha ocurrido y buscar la fuerza para continuar con su vida. Durante el viaje conoce a Sonia, una periodista italiana con la que coincide en varias ocasiones.

Las lágrimas más amargas que se derramarán sobre nuestra tumba
serán las de las palabras no dichas y las de las obras inacabadas.
(Harriet Beecher Stowe)

Ofrecer amistad al que pide amor, es como dar pan al que muere de sed.
(Ovidio)

Yo aprendí que en la vida no existe una respuesta correcta o equivocada.
Aprendí que en la vida tendemos a hacer elecciones,
y que cada elección tiene una consecuencia.
Si no nos gusta nuestra elección y su consecuencia,
entonces debemos buscar una nueva elección
para tener una nueva consecuencia.
(Robert Kiyosak)


Prólogo

El viaje continuaba. Clark y Sonia tras su experiencia con Nelson Mandela seguían en Sudáfrica. Habían vuelto a Ciudad del Cabo y allí habían alquilado un coche, con la intención de dirigirse al extremo más meridional de Sudáfrica, que a lo vez lo era del continente africano, el Cabo de las Agujas. Se trataba de uno de los extremos del planeta, límite entre los océanos Índico y Pacífico. Se había construido en aquel lugar una pista de aterrizaje y empresas turísticas ofrecían un paquete de viaje de ida en coche y recogida en avión al anochecer(1). Clark y Sonia contrataron el servicio y conducían por la carretera N2 hacia aquel destino. Como hemos visto reiteradamente, el único poder que mantenía Clark era el de la supermemoria, lo que le hacía tener presente tanto cualquier recuerdo vivido, como cualquier lectura que hubiera realizado en su vida. Sin embargo, ello le preocupaba profundamente porque no sabía si significaría un retorno del resto de habilidades. A pesar de la terrible experiencia en el Congo, en la que había deseado recuperar su fuerza, no quería volver a ser Superman(2). Su pretensión era la de tener una existencia normal, sin responsabilidades, sin batallas con el destino del universo en juego, sin tener la sensación de estar obligado a entregarse, constantemente, a la humanidad entera.

-Se piensa habitualmente- decía Clark- que el Cabo de Buena Esperanza es el punto más al sur de África, pero realmente está a unos 150 kilómetros más al norte que el de las Agujas. Éste es la verdadera intersección entre los océanos Índico y Atlántico.

-Seguro que puedes decirme su longitud y latitud

-34º50’00’’ sur y 20º00’15’’ este, creo recordar.

-¡Qué chistoso! Casi me lo he creído- dijo la mujer sin saber que eran las coordenadas exactas.

-¿Por qué se llama de las Agujas?

-El nombre se le puso cuando se descubrió que en aquel lugar la declinación magnética es nula y las agujas de las brújulas apuntan al norte geográfico. El primer europeo en llegar aquí fue el navegante portugués Bartolomé Díaz en el siglo XV, cuando exploraba el contorno de África. Su ruta sería continuada por el también portugués Vasco de Gama que llegó a La India.

-Eres una enciclopedia andante. Mira, hagamos una parada en esa área de servicio. Necesito pasar un momento al aseo.

Clark se desvió hacia la gasolinera citada. Al detenerse giró el rostro y contempló como Sonia le miraba fijamente. Frente a frente, la situación era diáfana: ambos deseaban besarse. Sonia no tenía relación sentimental alguna. No tenía más atadura emocional que la que quisiera establecer. Pero, Clark estaba casado. Aunque no entendía el compromiso como un papel firmado y, tampoco, como una obligación moral, retuvo sus deseos. Realmente no había dejado de amar profundamente a su mujer. Él no había elegido la separación, fue Lois quien le pidió alejarse por un tiempo de aquel mundo de guerras divinas. Sonia estaba a su lado, era preciosa. Su rostro, su cuerpo, la suavidad de su piel. No tenía más que acercarse y aceptar el beso que ella parecía proponerle con su gesto.


Capítulo 1

Sonia acercó sus labios y los situó a escasos milímetros de los de Clark. Éste sintió una profunda excitación. Su mente pensó: ¿A quién hago daño? ¿Nadie lo sabrá? Nadie puede acusarme de ser hombre. Pero, nunca había utilizado excusas para tapar su ética. Alejó la cara un centímetro ante la evidente decepción de la mujer.

-¿Qué sucede?

-No puedo.

-¿No te gusto?

-Mucho. Hace mucho tiempo que una mujer no me mira de esta manera…

-¿Entonces…?

-Estoy… casado.

-¿Casado? ¿Y viajas sin ella por todo el mundo?

-Ese es el motivo de mis viajes. Nos hemos separado por un tiempo(3).

-¿La separación es definitiva?

-Yo no quiero que lo sea.

-Pero, ella no te llama, no te busca.

-Es muy complicado. Mi trabajo tuvo ciertas situaciones peligrosas en las que… se vio involucrada y… quiso alejarse de mi mundo.

-Yo entiendo tu mundo, soy también periodista. Sé de los riesgos que por hablar de determinados asuntos podemos correr.

-Es más que eso…

-¿Qué fue lo que generó peligro?

-No es fácil de explicar.

-Inténtalo.

-Sonia, no sé qué decirte…

-Siempre con secretos. Siempre con una parte oculta.

-Te agradezco estos días.

-Podían ser muchos más y de verdad. Clark, no te niegues la felicidad. Piensa en ti, deja de preocuparte por los otros. Si ella no te ha querido ver en este tiempo, quizá no quiera continuar la relación.

-Debo estar seguro de ello.

-¿Tenéis hijos?

-Ella perdió… perdimos… una niña(4). Quizá también esto es parte del problema.

-Cuéntamelo.

-No… puedo…

-¿No puedes o no quieres?

-Déjalo,

-No quiero dejarlo.

-Escucha.

-Dime, cuéntamelo.

-Me he pasado la vida ocultando cosas. Es muy complicado de explicar. Me resulta muy difícil abrir mi vida a los demás. Incluso, he guardado secretos a personas que considero amigos fuera de toda duda.

-¿Por qué?

-Porque mis secretos pueden hacer daño. Porque mis secretos pueden ser terribles para las personas que amo.

-¿Lo han sido para ella?

-Sí… lo han sido. Fue violada y perdió el hijo que esperábamos. También, asesinaron a mi padre y a… mi perro(5)...

-¿Tu perro? Casi parece que los igualas en cariño.

-No, no es así, pero compartía conmigo un vínculo muy especial.

-Eres un hombre extraño.

-Lo sé. Existe una parte de mi vida que no conoces.

-Cuéntamela para dejarla atrás. ¿No quieres dejarte llevar, ser feliz, ser normal, olvidar tu mundo de angustia, de responsabilidad y dedicarte a ti, sólo a ti?

-Me encantaría.

-¡Hazlo!

-Toda mi existencia he estado pendiente de los demás, de las responsabilidades, de tener cuidado con mis actos, de ser…

-Sé libre. Déjate ir.

-No es fácil.

-Yo te ayudaré. Hazlo conmigo.

-Sonia, me conozco. No podré dejar nada atrás antes de afrontarlo. Tengo que hablar con ella y ver cómo quedan las cosas. Ha sido el amor de mi vida. No es tan sencillo olvidarlo todo.

-Si no lo haces no serás feliz.

-Lo sé.

Sonia se bajó del coche y alejándose de él unos metros, se introdujo en la estación de servicio para ir al baño. Clark quedó sentado en el auto alquilado dejando abierta la puerta del conductor. Hacía calor. Miró la publicidad de la agencia de viaje. La leyenda rezaba: viaje al límite de la Tierra en coche y vuelva en avión. Una avioneta les recogería por la noche. Pasó sus dedos índice y corazón por los labios y, sorpresivamente, recordó su primer beso. Su mente viajó a Smallville cuando, recién cumplidos los diez años, junto a Pete Ross y Lana Lang corrían perseguidos por el granjero Walker.

Habían ido a sus tierras para robarle el espantapájaros. Walker había montado un enorme y aterrador muñeco que era motivo de atracción morbosa entre los chicos del pueblo. Algún chiquillo había difundido el bulo de que era el cadáver de su padre fallecido hace un mes. Pete propuso a Clark y Lana el plan de llevárselo y comprobar si era realmente un muerto. Pero cuando estaban descolgándolo, Walker les descubrió y salió corriendo gritándoles como un loco, amenazándoles con apalizar sus traseros. El trío sostuvo el muñeco y, sin soltarlo, comenzaron a huir a la mayor velocidad que sus piernas les permitieron. Los amigos llevaban el pelele como podían. Clark sostenía la cabeza, que era una podrida calabaza, Pete el tronco, que no dejaba de ser una raída almohada revestida con una chaqueta, y Lana la base, que resultaba un madero saliente clavado en la parte media. La carrera resultaba torpe y el pelele se iba desmontando. Walker se aproximaba enarbolando un matamoscas en la mano a modo de arma.

-¡¡Criajos del demonio!!- gritaba.

Los chicos entendieron que estaba a punto de alcanzarles y sabían que Walker les atizaría con fuerza. En ese momento, Pete soltó la parte central y desequilibró los extremos. Clark y Lana se precipitaron al suelo. Pete se alejó como alma que persiguiera el diablo. Clark se puso en pie como un resorte y retornó a la huida, pero vio como Lana quedaba tumbada en el suelo con un amenazante Walker situado a menos de tres metros de ella. El iracundo adulto alzó el matamoscas y se dispuso a abofetear con él la cara de la niña. Criaja, te vas a enterar, dijo. Cuando el matamoscas bajaba Clark saltó como un relámpago y se interpuso entre ambos. El rudo granjero no lo esperaba y, sin que fuera su intención, golpeó duramente, más con el puño cerrado que con el artefacto al rostro de Clark. El Clark de diez años salió despedido como si hubiera recibido, realmente era así, un terrible puñetazo. Walker se quedó blanco. No esperaba hacer daño real. Y se dio cuenta enseguida de la gravedad del impacto. Clark quedó tumbado en el suelo sin moverse. Sus poderes no desarrollaron plenamente hasta la adolescencia y era un niño normal el que había recibido un golpe brutal. Walker se asustó tanto que su atribulada y, no muy brillantemente, buscó una salida: si me voy ahora será como si no hubiera golpeado a nadie. Así que se subió los pantalones con firmeza diciendo: "No volváis por mis tierra"s. Acto seguido se largó. Lana se acercó a Clark y lo movió de los hombros con afán de despertarle. El niño no reaccionaba. Por fin, tras un largo minuto empezó a abrir los ojos y a levantarse despacio:

-¿Qué ha pasado?

-¡Qué me has salvado la vida!- dijo Lana.- Eres un héroe.

-No tiene importancia-dijo Clark haciéndose cargo de lo que había pasado y aunque dolorido sin daños aparentes.

-Claro que la tiene. Te mereces un premio.

Lana acercó sus labios a los de Clark y le dio el más apasionado beso que una niña de diez años puede dar. Un beso que, aunque ambos estaban cubiertos por el polvo del camino, tuvieron la sensación que sabía a una mezcla de helado de limón y naranja. Pete Ross hizo su aparición:

-Qué asco. ¿Sois novios?

-Y qué si lo somos, dijo Lana. Quizá nos casemos de mayores. ¿Verdad Clark?

-Su…supongo-dijo un Clark no muy convencido de la respuesta.

-Venga-insistió Pete- El viejo Walker se ha largado. Cojamos el espantapájaros. Trofeo conseguido.

-¡¡¡Trofeo conseguido, trofeo conseguido!!!-Coreó el trío al unísono repetidas veces, mientras cargaban el muñeco encaminándose al pueblo.

El Clark del presente volvió a la realidad, descubriéndose con una sonrisa de oreja a oreja, cuando Sonia tocó el cristal diciéndole:

-¿De qué te ríes?

-Recuerdos, simples recuerdos. Venga, sube. Sigamos el viaje.


Capítulo 2.

El atardecer caía, como un telón de teatro ocre y anaranjado, cuando accedieron al desvío de la carretera secundaria 316. El tráfico era escaso y la vía de circulación presentaba un estado aceptable de conservación. La luz se evadía por momentos, acentuándose la sensación de frío. Ella tenía ganas de pedirle que abriera los ojos y se dejara llevar. No lo hizo. Sabía que aquel era un hombre de convicciones y palabra. La mente de Sonia era un torbellino de dudas: ¿Estamos con quien estamos porque no hemos tenido más opción? ¿Deberíamos buscar mejor? ¿Enlazamos el deseo al amor? ¿Buscamos amistad? ¿Nos planteamos si esa persona nos complementa o nos dejamos llevar? ¿Uno de los dos condiciona la atracción del otro? ¿Debo esperarle o perderle de vista? ¿Por qué no se deja llevar y disfruta de la vida? ¿Quién va a enterarse de sus acciones?

La mente del kryptoniano no se quedaba atrás. Se veía como un personaje de dibujos animados al que le tentaba un diablillo y le conducía por el camino correcto un pequeño ángel. El primero le aconsejaba: eres un hombre, un ser humano normal. Ya no tienes las responsabilidades de antaño. Has dado al mundo y a sus habitantes más de lo que nadie hubiera podido exigir. No te has enriquecido con tus poderes, ni los has utilizado para tu bienestar personal. Sólo te han traído desgracias y pesares. Ahora es la primera vez en la vida que puedes ser normal. Lois te dijo que quería tiempo. ¿Qué mal haces iniciando una relación que puede hacerte feliz? ¿Qué hay de malo en un beso, en un abrazo, en tener sexo? No eres un monje o un beato célibe. Pero el segundo contratacaba: ¿Qué quieres? ¿Justificarte? No son los poderes, son las convicciones. Quieres a Lois, quieres hablar con ella. Necesitas cerrar un capítulo. Si ella no quiere volver, será el momento de empezar una nueva vida. ¿Con Sonia? ¿Es justo que tenga que esperar esta decisión? No puede ser de otra manera. Debes mantenerte fiel a tus principios.

Fiel a los principios, fiel a los principios… su mente de nuevo retornaba a tener diez años en Smallville. Era el primer día de colegio tras el verano y Pete y Clark entraban en el enorme patio que anticipaba el edificio de la escuela. Cinco chicos de entre diez y trece años les cortaron el paso y les rodearon. Uno de ellos sosteniendo un centavo en las manos dijo:

-Hey, ¿queréis jugar al penny? Clark entendió que se refería al nombre coloquial con el que se conoce al centavo, centésima parte del dólar, con el rostro de Abraham Lincoln grabado en ella.

-Uh, no…no…, dijo Pete con miedo. Tenemos clase.

-Nosotros también, pero no pasará nada por llegar unos minutos tarde. Va a ser un juego divertido.

Clark dudaba si la intención del quinteto era bondadosa o escondía maldad en su propuesta, pronto salió de dudas.

-Se trata de echar una carrera. Yo pongo dos centavos en el suelo y os arrodilláis y con la punta de la nariz lo vais empujando hasta llegar al extremo que os indiquemos. El primero que llegue se libra y el último recibe una patada en el culo de cada uno de nosotros.

Ross quedó mudo y tragando saliva observó los rostros de los cinco chicos que no tenían la menor intención de permitirles pasar. De hecho, dos de ellos le sujetaron por los hombros empujándole hacia el suelo. Casi sin esperanza decidió rendirse y que aquello pasara lo más rápido posible. Pero, Clark dijo:

-No lo haremos.

-¿Qué has dicho?

-Que no lo haremos.

-¿Quieres que te machaquemos?

-Me da lo mismo. No lo haremos, ni mi amigo ni yo.

Pete sintió pánico, pero el valor de Clark le dio ánimo para intentar soltarse del agarre de los dos chicos y se puso tras su amigo. El líder del grupo aproximó su rostro al de Clark y amenazante le enseñó el puño:

-Ponte de rodillas o te romperé la nariz.

-No.

-¡Hazlo ahora!

-No,

-¡¡Yaaaa!!

-Si vas a pegarme empieza porque ni mi amigo ni yo nos arrodillaremos, ni empujaremos tu estúpida moneda.

El puño del antagonista se levantó y se proyectó hacia el rostro de Clark cuando sonó una autoritaria voz:

-¡Kenny Braverman! ¿Qué estás haciendo?

El chico quedó congelado y paralizó su mano a escasos centímetros de la cara del Clark, pero sin haberle tocado. Se trataba del Director de la escuela. Con el rostro serio entraba en el patio con un maletín en la mano y congeló, literalmente, la escena.

-Pasad ahora mismo a clase y al terminar el día esperadme en mi despacho, sentenció.

-Si señor Swan, dijo Kenny y entraron sin rechistar.

-Has demostrado mucho valor Clark. Si vuelven a molestarte no dudes en buscarme. Ahora id también a las aulas.

Pete se acercó a Clark y le dijo:

-Has sido muy valiente.

-Te equivocas, estaba muerto de miedo.

-¿Entonces?

-Mi padre me dice siempre que uno no debe jamás ceder ante los matones, porque si te arrodillas una vez te arrodillarás siempre. Prefiero llegar a casa con un ojo morado que sabiendo que me he acobardado.

-Si no hubieras estado tú, creo que me habría arrodillado.

-Nunca digas eso Pete, no lo hagas jamás.

Pete ganó un valor especial ese día, que le acompañaría toda la vida. Clark retornó al presente cuando cambio a la carretera R 319.


Capítulo 3

Ya enfilaban la recta final del camino. Se trataba de una enorme explanada que terminaba en un acantilado pequeño. La alfombra oscura de la noche iba extendiéndose lentamente y se alternaban las luces del entorno con los últimos resquicios del sol. La playa rodeaba el enclave. La pista de aterrizaje estaba bastante descuidada, pero se notaba que aún era usada. Aparcaron en un lateral del camino y ascendieron hacia el emblemático faro, construido en 1849 para poner fin a los más de un centenar de hundimientos de barcos en la zona. Se les mostraba añejo y envejecido. En su base observaron dos flechas, una a la izquierda, que señalaba el Índico, y, otra, a la derecha que señalaba el Atlántico. Llegaron al enclave más alto del pequeño acantilado. Leyeron el cartel que refería: Está usted al punto más al sur del continente africano. Se miraron a los ojos. Ella sabía que no había marcha atrás. Clark era Clark y su moral, sus valores eran parte de él como en ningún hombre que hubiera conocido antes. Igual que cuando se adentró en el desierto para salvar a la mujer africana sin pensárselo.

-¿No vas a cambiar de idea?

-Sonia…

-¿No queda ninguna oportunidad?

-Necesito estar libre para comenzar algo nuevo. Y no lo estoy ni en mi corazón, ni en mi mente.

-De acuerdo respetaré tu decisión, pero no te esperaré.

-Lo sé. Eres una maravilla de mujer. Tal vez el destino nos vuelva a unir.

-Quizá sí, quizá no. Lo dudo. No eres una persona normal. Eres del mundo. No eres alguien para tener encerrado en una casa familiar. Crees que quieres eso. Crees que quieres ser normal. Sin embargo, si lo fueras, en cuanto pasara algún tiempo, te marchitarías. Necesitas volar, alcanzar metas, ayudar a la gente. No sé cómo, ni en qué medida o forma, pero siento que eres especial. Fue un error que te casaras. No perteneces a un matrimonio. Tú eres del planeta entero.

-Deseo que te equivoques. Quiero tener una vida tranquila.

-Jamás la tendrás, Clark. Jamás. Has nacido para sembrar ayuda. Te he visto preocuparte por los demás más que por ti mismo y nunca esperar recompensa. Has renunciado a tu persona en favor de los demás. Nunca hallarás la felicidad.

-Tenemos tiempo de hablar cuando llegue el avión…

-No, si subes conmigo al avión es para iniciar esa nueva vida que dices que deseas. Es para estar conmigo a tiempo completo, es para que dejes todo lo recorrido en el olvido y te vuelques en forjar un hogar estable. Si no estás dispuesto a esto, déjame. Vuélvete en el coche de alquiler, porque sé que sea lo que sea que haya sido tu mundo volverá a serlo y no mirarás para ti, sino para el resto de la humanidad.

-Me pones contra la espada y la pared.

-Debes decidir. Ven conmigo para ser feliz. Quédate e intenta hacer feliz al planeta entero. En el primer caso tendrás una vida plena y llena. La vida que desea la mayoría de la gente. En el segundo siempre estarás intentando alcanzar imposibles. Piénsalo.

Clark se mantuvo en silencio. Cada segundo sin palabras tensaba la situación entre la esperanza y la decepción. El equilibrio se rompió a favor de esta última, cuando el héroe dijo:

-Sabes que no puedo...

-Lo sé. ¿Puedo pedirte algo?

-Claro.

-Un beso. Sólo un beso.

-¿Nada más?

-Nada menos.

-De acuerdo.

Clark recordó la vuelta a casa aquel día de verano. Pete, Lana y él portaban el espantapájaros y se asomaron a la ventana de la casa de la granja de Clark. Querían ver que sus padres no les interrumpían para esconderlo en el granero. Su padre Jonathan Kent estaba con Martha en el salón de entrada de la granja. El trío de chavales se asomaron por la ventana y les descubrieron besándose con pasión. Los niños abrieron los ojos como platos y quedaron en silencio. Cuando Jonathan se separó dijo a Martha:

-Existen cuatro clases de besos. Este ha sido de fuego, con furia, pasional, encendido, como si el mundo se acabara.

Sin terminar apenas la frase se acercó y contactó de nuevo con los labios de su mujer. Al separarlos le dijo:

-Este es de agua, suave, cargado de contacto, húmedo, meloso, sensible.

Volvió a besarla:

-Este es de tierra, fuerte, sincero, franco, sin lengua o humedad. Con contacto directo y firme.

Lo hizo de nuevo y por última vez habló:

-Y este es de aire. Ligero, liviano, fino, casi por encima. Este es el más auténtico porque se da sin esperar respuesta alguna.

Clark retornó a la realidad y acercó sus labios casi para girarlos en el momento de contactar con los de Sonia. Hubo apenas un roce, con la forma de la boca besando sobre los labios de ella. Fue, efectivamente, un beso de aire, con la suavidad de la mano acariciando al recién nacido. Duró exactamente tres segundos. Como si hubiera estado coreografiado ambos se separaron al unísono. Y aunque los dos desearon continuarlo ninguno dijo nada mientras sus miradas recién abiertas contactaron de nuevo. En ese instante la avioneta que debía recogerles hizo su aparición en el cielo y se dirigía a la pista de aterrizaje.

-Gracias.-dijo ella.

-Gracias a ti.

-¿Volveremos a vernos?

-No lo sé.

-Por si no volviéramos a vernos quiero que sepas que eres un hombre fantástico.

-Opino lo mismo de ti.

-¿Soy un hombre fantástico?

-Quiero decir…

-Ya, era broma. Si llegan noches frías guardaré el recuerdo de tu beso para pasarlas con algo más de lumbre.

-Ojalá encontremos la felicidad.

-No es una búsqueda, es un estado de ánimo. Yo ahora soy feliz. ¿Tú no?

-¿La verdad?

-¿Clark Kent ha dicho alguna mentira en su vida?

-Alguna que otra, supongo.

-¿Eres feliz?

-Sí, soy feliz. No pienso retomar a mi anterior vida. Voy a olvidarme de todo y dejaré las responsabilidades. Crearé una familia y me dedicará a trabajar y a quererlos, ocuparme de las pequeñas cosas.

-Clark, si te quedas nunca podrás. Ven conmigo para conseguirlo. ¿Y si ella no desea seguir contigo?

-Pues… me detendré a pensar.

-Si ella no quiere volver, búscame.

-Es muy injusto para ti.

-Sé que puedo hacerte feliz. Sé que puedes hacerme feliz. No renunciaré a eso.

El avión llegó y aterrizó a escasos metros de ambos. Sonia se despegó de su contacto y se encaminó a él. Se giró y le dijo suavemente: aún estás a tiempo de subir. Volvió a darse la vuelta y Clark la siguió con la mirada. Dudaba. Estuvo tentado de adelantarse y acompañarla hasta el avión, pero no dio un paso adelante. Sintió deseo de correr, sujetarla y besarla. No hizo nada. No apartó los ojos de ella hasta que entró en la avioneta. En ese momento sintió que había perdido algo que nunca volvería a recobrar. Se vio asimismo en un salón familiar jugando con dos niños y una esposa riéndose de las bromas que les hacía a los pequeños. De repente, todo empezó a difuminarse, los niños desaparecieron y la esposa se borró en segundos. Alzó la mano, como para intentar tocar la escena. Supo que su tren a una vida normal acababa de escapar y que tarde o temprano volvería a ser Superman. Sonia en el interior del avión entendió que no volvería a verle en la forma y medida que ella deseaba. Al avión despegó y Clark lo siguió con la mirada hasta perderlo en la lejanía.

El silencio era total. Quedó un momento con los ojos cerrados con las lágrimas a un paso de brotar. De repente, unas palabras le arrancaron de su ensimismamiento:

-Perdone señor.

Un hombrecillo de unos cincuenta años bajito y orondo se le acercó. No había advertido su presencia hasta ahora.

-Perdone señor. Soy de la agencia. ¿recuerda? El avión debía recoger dos pasajeros y yo era el encargado de devolver el coche.

-Ah, claro, por supuesto, disculpe. ¿Cómo ha llegado hasta aquí?

-En el avión, señor. ¿No me vio bajarme?

-Perdóneme, tenía otras cosas en la cabeza.

-Entiendo que ha cambiado de planes.

-¿Le importa hacer el viaje de vuelta con un pasajero?

-Por supuesto que no, señor. Puede usted acompañarme.

-Se lo agradezco. Si es preciso pagar algo más…

-No, de cualquier manera tengo que retornar. Así el viaje se hará más llevadero. ¿Puedo preguntarle dónde va a dirigirse ahora?

-Si le soy sincero… No tengo la más remota idea. Cualquier lugar es bueno. Iniciaré el retorno a los EE.UU.

-¿Puedo recomendarle un destino?

-Claro.

-Yo soy oriundo de la Argentina. ¿Conoce mi país?

-He estado en varias ocasiones. Es un buen lugar para iniciar el ascenso a los Estados Unidos.

-Sin duda, señor. Perdone la pregunta ¿Se encuentra usted bien? Parece… decaído, triste…

-Gracias por su preocupación. Estoy algo dolido. Supongo que he perdido algo irrecuperable.

-¿Se trata de la mujer?

-No, algo más. La posibilidad de vivir como quiero y no en función de los demás.

-Bueno, señor. Eso es relativo. Yo soy de la opinión que todos podemos elegir, en cierta medida, nuestro camino.

-Yo también. Ese es el problema. Acabo de hacerlo.


Epílogo.Treinta años después.

Sonia recibía un premio a toda su carrera. Sus hijos y su marido estaban sentados en primera fila. El público la aplaudía. Se acercó al estrado para dar comienzo a su discurso. Allí lo vio al fondo. Flotaba. Estaba vestido de rojo y azul. Era Superman. Sonia le agradeció con la mirada su presencia. Nadie más lo advirtió estaba en el techo envuelto en sombras y sólo era visible desde el escenario. Movió los labios emitiendo un murmullo que ni siquiera el micrófono pudo captar, sabiendo que el superhéroe lo habría escuchado a la perfección.

-Gracias por venir, Clark. Tenía yo razón, jamás podrás parar a descansar.



Sigue soñando (Dream on)
Cada vez que me miro en el espejo
las líneas de mi cara se van aclarando.
El pasado se fue,
pasó como el crepúsculo al amanecer.
¿No es esa la manera en que todos pagamos
nuestras deudas en la vida?

Sé que nadie sabe,
de dónde viene y dónde termina.
Sé que es nuestro pecado.
Tienes que perder
para saber cómo ganar.

La mitad de mi vida
ya está escrita en las páginas de un libro.
He vivido y aprendido de tontos y sabios.
Sabes que es cierto:
todos tus actos vuelven hacia ti.

Canta conmigo, canta por los años,
canta por las risas y canta por las lágrimas.
Canta conmigo, aunque sea sólo por hoy,
tal vez mañana el buen Señor te lleve lejos.

Sigue soñando, sigue soñando, sigue soñando,
sueña hasta que tus sueños se hagan realidad.
Sigue soñando, sigue soñando, sigue soñando,
sueña hasta que tus sueños se abran paso.


De diciembre 2013 a julio de 2014
José Luis Miranda Martínez
jlmirandamartinez@hotmail.com
Para consultar otros trabajos de Jose luis en AT53, sigue el siguiente enlace

Referencias:
1.- Pista de aterrizaje ficticia ideada para esta historia
2.- Ver Superman #26
3.- Ver Superman #20
4.- La perdieron por las graves heridas que infringió Zod a Lois. Ver Superman #15 y Superman #20.
5.- Krypto murió en Superman #15

1 comentario :

  1. Primer capítulo de "Errante" dedicado en exclusiva a Superman, y en mi opinión, un análisis excelente del personaje que lo deja ya preparado (o resignado, más bien) para su regreso aunque aún no cuente con sus poderes.

    Me ha encantado este número, la verdad. Jose Luis retrata a Superman como nadie, y la historia (flash-backs incluidos) es una auténtica maravilla.

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